28 de julio, 2010

El padre Tildao, era un profesor de un instituto religioso, era un hombre precavido, puntilloso, con andares misteriosos y a su vez enérgicos, que solía enseñar a sus alumnos con un tono de voz grave, y alguna vez se reía con la fuerza de todo su estómago si alguno de sus pupilos no se había aprendido la lección encomendada para la ocasión, esta risa era la antesala de algún capón, tirón de orejas o de alguno de sus regletazos famosos, medidos con escuadra y cartabón.

Un día los jóvenes estudiantes vieron con estupor como el padre Tildao, lanzó su golpe más temible (llamado el martinete), en la cara a uno de sus compañeros y este se desvaneció dentro del aula chocando contra el encerado y cayendo de bruces al suelo, a pesar de que el señor Tildao le incorporó con unos servicios mínimos de socorrismo y a su vez le pidió perdón, los compañeros se quedaron con la imagen en la retina y con la boca abierta, y fue cuando los zagales mas despiadados de la clase comenzaron a forjar en su mente una maquiavélica venganza.

El líder, sin más contemplación, susurró el plan a tres de ellos en los pasillos del instituto y fue aceptado de inmediato, no había tiempo que perder, pues la próxima clase en la que coincidirían con el padre Tildao sería en dos días y el plan requería de atrevimiento, rapidez, astucia y mucha falta de vergüenza.

Quedaron a las 6 de esa misma tarde, y el plan consistía, en un principio, en cazar a un gato de la calle, el que vieran más salvaje, más habilidoso, ese sería el cazado, y así fue, justo a las 8 y dos minutos ya habían atrapado a su presa, con la ayuda inestimable del pecas, que se había criado en el campo con su padre y sabía como nadie en estos menesteres de lazos a los conejos, trampas a pobres pajarillos, en fin, era como su padre, un pequeño gañán que no se acostumbraba a la ciudad, pero el gato ya estaba en una bolsa de deporte y ésta escondida en un agujero, hasta el día que se tuviera que ir a por ella, ya que dentro estaba el regalo sorpresa.

Ese día llegó, como otro cualquiera, la tranquilidad de los cuatro jóvenes vengativos asombraba por su sangre fría y desparpajo, incluso llegaron a reconocer que no habían dormido las dos noches anteriores de la gran excitación y emoción que sentían para tan señalada fecha, uno de ellos comentó riéndose a viva voz, menos habrá dormido el gato, porque la bolsa de deportes que ya tenían entre las manos se movía con una ferocidad asombrosa. Entonces, y como no podía ser de otro modo, echaron a suertes quien de ellos se haría el responsable de meter dentro la susodicha bolsa con un gato con la rabia de fiera como la ira del mismísimo maligno, no hubo necesidad de consensuar, el famoso medusa, exclamó con gran fortaleza por sus cuerdas vocales, lo meteré yo.

La clase comenzó, el tema trataba de los grandes guerreros asirios y sus conquistas, el padre Tildao explicaba el temario con gran exaltación y complacencia, ya que el anterior día se había anotado no un solo punto sino una canasta de tres, con el golpe del temible martinete en todo el rostro del pobre Jimeno.

El “medusa”, miró entonces a sus secuaces y les pasó una nota en la cual les advertía, que deberían cerrar las ventanas y la puerta de emergencia que estaba situada en la parte de atrás junto a un extintor.

Entonces abrió la bolsa de deporte y saltó como una centella el gato con el pelo izado y las uñas que parecían de un leopardo, en ese momento el padre Tildao estaba en el encerado con la tiza en la mano, dibujando las conquistas del pueblo asirio, justo al lado había un cuadro que representaba a un payaso de tipo surrealista, los jóvenes comenzaron a gritar por la fiereza del gato que se lanzaba de ventana en ventana y pupitre en pupitre enseñando las uñas como una bestia de otro mundo, y es que la verdad no era para menos, pues el felino había permanecido dentro de una bolsa y estuvo dentro de un agujero durante dos noches, sin agua, ni alimento que llevarse a la boca, además del temor lógico del animal.

Entonces paso lo que tenía que pasar, una vez que el padre Tildado se sentía en la cúspide de la montaña o en la cresta de la ola, pues se sentía muy confiado de su superioridad y con una capacidad de dar un buen tirón de orejas, así como de sentirse un orador brilloso, el gato se abalanzó sobre su cabeza que estaba algo carente de pelo, solo por la parte trasera le sobresalía como una liviana melena, pero lo compensaba un gran bigote, el caso es que el gato le arañó una de sus mejillas y el susto fue de infarto de miocardio o de angina de pecho. Fue trasladado al hospital de San Feliu y desde la habitación encomendada para su reposo, se oían los gritos que salían por la ventana de su venganza hacia los jóvenes.

Dicen que a los pocos días de ser dado de alta médica, se le veía detrás de los gatos por las noches tétricas, no le importaba el que lloviera o que hiciera un frío polar, el caso es que cuando caminaba tenía un aire fúnebre, que junto a una cicatriz en su mejilla izquierda, daba una sensación enigmática y mística.

Pidió al instituto unas vacaciones para su plena recuperación, a lo que no puso ningún impedimento el director del mismo.

No volvió a aparecer como profesor, y dicen las malas lenguas y por los mentideros, que todos los días pares en fecha y los fines de semana se le ve caminado por los parques hacia el anochecer con un pelo crecido, o quizás peluca y que no habla con nadie, solo compra comida para animales en los supermercados según cuentan las cajeras, y que los fines de semana se escucha desde dentro de su casa un retumbante miau, miau, muy peculiar como si se tratara de alguien que estuviera lamiéndose las heridas.