1 de septiembre, 2010
Eran las 7 de la mañana cuando el grupo de jardineros del Parque del Retiro se disponía a comenzar una nueva jornada laboral. La cuestión era que ese mismo día comenzaba un nuevo compañero y también unas miradas entre cómplices, entre los más veteranos, y unas sonrisas leves, sabedores de que a los nuevos les envían a las zonas del parque más conflictivas y también a las labores más complicadas.
Así fue, el encargado del grupo se dirigió a todos para la buena distribución del trabajo, y al nuevo, que ya le podemos bautizar con el seudónimo del “Checo”, le indicó la zona a la cual debía ir y qué labor desarrollar en la misma zona encomendada. No era difícil, pues se trataba de lo que un jardinero ya sabe, la limpieza de hojas, regar, el corte de ramas y demás cosas consabidas por un trabajador ducho en la materia como era el “Checo”.
Se fue acercando al lugar encomendado por el superior y cuando se encontraba a una distancia de unos 10 metros observó como un hombre de poco pelo y desaliñado, con una típica gabardina gris, se dirigía hacia unas adolescentes con una faldita típica de un colegio, quizás religioso o con cierta disciplina, y una vez cerca de ellas se bajó la bragueta y les enseñó el miembro. A las chicas no les produjo ninguna sorpresa el miembro, pero sí estupor y asco el hombre que comenzó hacer movimientos obscenos. Entonces si que a las jovenzuelas, que ese día decidieron no acudir a las aulas y sí a un parque para contarse las cosas de sus vidas, a lo mejor sus pecados, quizás sus amoríos veraniegos o algún secreto de mujer, la situación las alteró y una de ellas gritó y se marcharon del lugar a la carrera, dispersándose como ovejas descarriadas cada una por un sitio o redil diferente como la vida misma.
Toda esta situación y cúmulo de acontecimientos fue observado por el Checo, que era su primer día de trabajo y entonces cuando se encontraba cerca de aquel hombre y que éste no se había percatado de su presencia, prosiguió allí para esperar probablemente a otras jóvenes o solo Dios sabe a quien, era un vicioso y capaz de rascarse los huevos con un cardo.
El Checo retrocedió sobre sus pasos con gran sigilo y sacando pecho y la cabeza erguida, sabía como actuar en estos casos de vicio en zonas de recreo y ocio. Fue entonces cuando le dió toda la fuerza posible a la llave de paso, para que el agua de su manguera fuera con la fuerza del mismísimo lucifer y se apresuró para coger la manguera lo antes posible, pues esta sonaba en esos momentos como una marabunta.
Cuando se encontraba con la parte delantera de la manguera bien agarrada por sus dos manos, se acerco al lugar de los hechos anteriores y esta vez, para su sorpresa, vió al individuo con un mulato, estaban en plena faena, con tocamientos uno con el otro, a la par, pero ya estaba el Checo en su posición y nadie hacia presagiar lo que sucedería, y es que el agua llegó con una fuerza y tal virulencia que hasta el Checo se quedó sorprendido, apenas podía mantener la manguera en la dirección que deseaba, pero era un hombre muy capaz y de gran fuerza, además de una sobrada experiencia en estos menesteres.
Dirigió el agua hacia los dos sinvergüenzas y el agua les arrastró 6 ó 7 metros, con sus respectivas vergüenzas al aire. Desde otro lado del jardín, fue espoleado por una mujer, dales, dales fuerte hijo mío, para que aprendan esos guarros, exclamó la mujer harta ya de ver situaciones como esa y que nadie tuviera el valor del Checo, que seguía dando con su manguera el grifazo de gracia en la cara y genitales hasta hacer insoportable el dolor.
Cuando ya consiguieron la condenación del Checo, se fueron del lugar a la carrera con la velocidad de un gamo y una gacela juntos, nunca más volvieron, al menos a esa zona del parque. Nadie se enteró del primer acto del Checo y las plantas de su lugar de trabajo quedaron muy bien regadas, cortadas, las hojas recogidas, y limpio de polvo y paja.
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