23 de febrero, 2007
Era una buena persona, un tanto impulsiva y con cierto carácter que le hacia huir de las amistades como mecanismo de defensa para no ser dañado, porque pensaba que nuevas amistades, nuevos dolores del alma.
Se sentía solo y además estaba lastimado con múltiples lesiones de los deportes practicados en su plena juventud. Pero un día recibió una llamada de un viejo conocido, el asunto es que requería de la sabiduría del maestro para que un equipo deportivo saliera de una crisis que estaba afectando a las vidas privadas de esos jugadores, el deporte que se practicaba es igual, no lo diré. El caso es que el maestro sintió dentro del alma que debía acudir al rescate de esos muchachos, pues podían quedar marcados toda su vida como perdedores y el mentor no deseaba recordar su propio pasado, además de esta forma limpiaría sus heridas de guerra anteriores, y saldría del infierno de las princesas de las interminables noches y de locales de gente sin alma que pierden la calma con las drogas y con las peleas. Esa sería su salida.
Fue así como empezó a entrenar al equipo con disciplina férrea, con guante de seda y mano de hierro, a veces con risas y otras con durísimos entrenamientos, hasta el punto de que algunos acababan lesionados en días de entrenamiento.
El maestro había tenido un CV sin pena ni gloria, pues en ninguno de sus equipos triunfó, pero sabía lo que se traía entre manos. Había estado en equipos de los EEUU en la Costa Este, en Maine, Baltimore, Ohio, Cincinati, Georgia, Florida; en la Costa Oeste en Seatle, Utah (lugar del que se marchó porque los mormones no le pagaban, ¡que mamones!) Portland, Oregon, Phoenix y en el norte en Minesota y Dakota del sur y del norte. En el mismo sur de los EEUU estuvo en las profundidades de Lousiana, Houston, San Antonio y Texas.
Con su equipo, como maestro, enseñó todo aquello que quizás nadie antes sabía. Toda su sabiduría estaba, casi ya, en manos de los jóvenes deportistas y el maestro se sentía orgulloso del trabajo, aunque fueran perdiendo, no importaba, pues el equipo iba por un buen redil y el camino era perfecto. Empezaron a confiar los unos en los otros, se viajaba dos o tres días por la naturaleza, todos juntos, para ser positivos y hablar de cosas personales, para que todo funcionara como un reloj suizo. Las derrotas se sucedían, pero los demás equipos acababan exhaustos y no les compensaba la victoria, porque sufrían graves lesiones por el gran esfuerzo del maestro con sus discípulos. Aplicaba técnicas de Maquivelo, la psicología más pura y dura, mensajes subliminales, y todo a cambio de una lucha y entrega sin cuartel. Era el equipo más derrotado y más temido de la liga, parecía que estaban poseídos por algo extraño. El mentor había aplicado todas y cada una de las leyes que le marcaban las coordenadas del universo, estrellas o lo que fuere para que se sintieran importantes en el juego y en la vida.
Hasta que llegó la victoria, entonces la alegría de los jóvenes se esparció con botellas de sidra hispánica y con llantos. Siguieron las victorias una detrás de otra, pero el mentor y maestro había cambiado su carácter, se sentía solo otra vez, había sido más bonito el camino hacia el triunfo que el mismo triunfo, sentía que ya no era imprescindible para los chicos a pesar de las muestras desmesuradas de cariño y apoyo incondicional para el mentor, había conseguido que volaran y que no se arrastrasen por el suelo, ya eran águilas que habían aprendido a pensar que se puede conseguir todo y decidir por sus propias y verdaderas posibilidades como les había repetido una y mil veces. Se habían vuelto triunfadores.
Un día le preguntaron que cómo era posible que hubiera hecho de ellos esa transformación para bien y el maestro contestó:
Solo se que tenía unos muchachos espléndidos, que teníamos dos balones para entrenar y una magnífica ilusión, todo lo que hice fue que se fusionaran y quitarme de en medio. Lo habéis conseguido vosotros solos. Y les conté otro cuento, que solía contarles después de las derrotas:
Todo el mundo se asustó al ver a Simón recorrer apresuradamente las calles de la aldea montado en su asno, ¿a dónde vas Simón?, le preguntaron, estoy buscando a mi asno, respondió al pasar
Llegaron hasta una final y estaban seguros de que ese día perderían, pues el rival era muy potente y jamás había perdido, pero el maestro estaba seguro de que ganarían. Cuando salían por el túnel de los vestuarios, los detuvo en una zona porque les notaba nerviosos y sin confianza, y no quería echar abajo todo su trabajo anterior.
Les dijo, ahora voy a tirar una moneda al aire, si sale cara, venceremos, si sale cruz seremos derrotados, el destino nos revelará su rostro.
Lanzó la moneda al aire y salió cara, los jugadores se llenaron de tal ansia de ganar y luchar por ese partido que no encontraron ninguna dificultad para vencer.
El capitán de su equipo le preguntó: ¿cómo es posible que hayamos vencido tan fácilmente si ese equipo no había perdido jamás este año y, como usted dice, nadie puede cambiar el destino? A lo que replicó el mentor, exacto mi gran capitán, mientras le mostraba la moneda que tenía cara por ambos lados.
Un día que se prepararon para una excursión por las montañas, el mentor no apareció, y los jóvenes estaban asustados, pero marcharon pensando que más tarde llegaría hasta la misma cabaña a la que siempre acudían para relajarse y reír, pero allí solo encontraron una nota que decía:
Yo antes estaba completamente sordo. Y veía gente de pie y dando toda clase de vueltas. Lo llamaban baile. A mi me parecía absurdo, hasta que un día oí la música. Entonces comprendí lo hermosos que era la danza.
Vosotros ya sabéis lo que es la danza, no me necesitáis.
Lo último que saben los chicos de esta persona que apareció en sus vidas, es que se marchó con una mujer, que era limpiadora en un colegio público, a una pequeña casa de Brasil.
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