23 de abril, 2007
Se trataba de un vulgar equipo de barrio que nunca ganaba, sus jugadores tenían estudios y les pagaban todo sus papás, pero jugando al fútbol eran malos, pero malos de verdad.
Un buen día el portero, ingeniero agrónomo, nos informó de que vendrían a entrenar un día dos compañeros suyos del trabajo, y así fue.
Comenzó el entrenamiento y después de quedar empatados en el partido, decidimos que saliera ganador el vencedor a penaltis.
Los amigos de nuestro portero eran rivales y, a su vez, compañeros de trabajo, y en uno de los penaltis que lanzó uno de ellos, el arquero nuestro, que nunca paraba un balón en los partidos oficiales, quiso demostrar su gran valía, y con una estirada, digamos que de otro mundo, torso recto, cabeza mirando al balón, su brazo estirado y sus piernas perfectas, para que de todo ello saliera una figura lo más parecida a una escultura de la época griega, paró el penalti a su amigo. Sin embargo, se retiró rápido hacia el botiquín, estábamos confusos, paró lo que jamás se para como portero y se retiró. Pronto vimos cómo tenía el ojo un poco hinchado, dijo que el balón le dió en uno de sus oculares. Ese día no paso a mayores, al día siguiente tenía el ojo muy hinchado y con un gran moratón.
Al día siguiente nos hizo todo tipo de llamadas, siendo una persona tranquila, culta, no entendíamos su estado de nervios y agresividad, más cuando hizo la parada de su vida a un compañero de su trabajo. Nos informó de que en su multinacional le preguntaron respecto a su ojo casi mil personas, y contó la verdad, que paró un penalti. No acusó al lanzador de su misma empresa, y como un reguero de pólvora se corrió la voz de que este empleado seguro que se habría peleado, pues lo del penalti era ridículo. Se encontraba angustiado y agobiado por demostrar su verdad puesto que nadie le daba crédito. El jefe del sector le llamó a capítulo y cuando la víctima le contó lo del penalti le sacó de sus casillas e irritó, pensando que se estaba riendo de él, y le envió fuera del despacho con despecho y desprecio. Los compañeros, como por un acto de histeria colectiva o aburrimiento rutinario, empezaron a reírse, la burlas eran constantes hacia el famoso portero.
No aguantó más y se fue de la empresa, confiando en sus posibilidades profesionales, y habiendo enviado CV. por toda la geografía española y el extranjero, solo sería cuestión de esperar. Pero una tarde se cruzaron dos monjas y éste las saludó con un hola Sor Consuelo, y hola Sor María. Le empezaron a hacer todo tipo de preguntas delante de un servidor y el desempleado volvió a contar la verdad, las monjas, extrañadas, dijeron medio en broma, ¿no te habrás metido en alguna pelea? Salí al paso y apoyé su teoría, la única y real, pero las monjas amenazaron con un ir pronto a su casa para informarse con sus padres, y así fue, hasta tal punto que los padres dudaban de la teoría del penalti y comenzaron su repertorio de preguntas. Cuando el desempleado estaba exhausto, gritó, ¡dejadme en paz!, y sus padres estrictos y delante de las monjas no tuvieron más remedio que manifestarle que tenía una semana para buscar un piso, habitación, en definitiva, que se marchara de la casa de sus padres, para la satisfacción de las monjas.
Comenzó a buscar habitaciones de estudiantes, pero ese ojo maligno hacía sospechar a los ya inquilinos, de tal modo que era rechazado. Así en los trabajos no tenía respuesta de ninguna empresa, de tal modo que se vió en la vorágine de ser un indigente, con barba y maloliente, todo ello con su gran ojo hinchado y morado.
Empezó lo que nuca pensamos que nos pueda suceder en la vida, durmió con vagabundos entre cartones y vió todo tipo de peleas nocturnas, por un cigarrillo, por un lugar en donde dormir a cielo abierto, prostitutas agredidas por sus chulos, travestís que le proponían sus servicios a precio de coste y la noche de Madrid de lunes a jueves en definitiva, con un mendrugo de pan y un aseo personal muy simple en baños públicos. Cuando estaba hambriento acudía a un convento de monjas, pero según él decía le sentaba mal la comida, habida cuenta de que gracias a Sor Consuelo y Sor María él estaba allí, vagando por las calles de Madrid.
Preso de la desesperación y en épocas navideñas, robo un traje de Papa Noel y disfrazado comenzó a hurtar en pequeños comercios, hasta que un pequeño señor con gafas de un establecimiento de charcutería le dió un puñetazo en el otro ojo y parte de la nariz, de tal forma que tuvo que ser atendido, además de denunciado. Al informar a sus padres estos ya estaban seguros de que su ingeniero hijo llevaba una doble vida y que nada se podía hacer por él para ayudarle, pues era un bala perdida, y cualquier día sería capaz de hacer cualquier cosa mala en el seno de su familia y allegados. Renegaron del desdichado por consejo de Proyecto Hombre, ya que según ellos si se le da cobijo y bienestar no se reeducaría nunca y debía de pasar por el infierno de la calle y la desesperación para volver de rodillas al hogar, arrepintiéndose de sus pecados y obedeciendo a pies juntillas las obligaciones del hogar y no ser un maleante consentido.
Quedaba su única esperanza, tenía una novia en el extranjero y ésta vendría a verle. Llegó el día y éste la recibió en el aeropuerto, ella pensó que se trataba de una broma, cuando los padres del arquero portero la contaron su versión, la novia se volvió por donde había venido, dejando sin un rayo de luz de esperanza al ya maltrecho deportista.
Al fin cayó en las redes de gente sin alma, que estafan a turistas, y pronto aprendió los diferentes trucos, desde utilizar el timo de la estampita, el trile, vender números de lotería supuestamente premiados a personas que no deseaban pagar a Hacienda y hacer recados con bocadillos chinos y cochinos por plena Gran Vía, robaba para jubilados en centros comerciales pequeños y estos le pagaban un tercio de lo robado. Hasta que al final se atrevió a robar un coche para transportar drogadictos de heroína hasta los poblados más peligrosos del extrarradio de Madrid, así se ganaba unos euros. Pero un buen día, como otro cualquiera, cuando se disponía a realizar el robo del coche, la policía se cruzó en su vida y fue condenado a 4 años y 6 meses de prisión.
Poco más se sabe de él, salvo que parece que se ha convertido en el entrenador de porteros del equipo de la cárcel.
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